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TRADICIÓN Y PATRIMONIO CULTURAL DE LOS PUEBLOS


Eduardo de Bianchetti

Arquitecto, profesor del Departamento de Folklore, UNA

Ricardo Carpani

Si yo me voy, conmigo irá todo lo que soy

lejos de mí, lejos de aquí, yo no seré yo

déjenme estar, de solo estar, viendo el sol volver

yo quiero ver en mi país el amanecer.

Armando Tejada Gómez


Abordar el tema del patrimonio cultural y el de la tradición en esta época supone un gran desafío intelectual. Parece ser que la gran industria cultural, la supremacía aplastante del Norte global, el estado de postración de gran parte del Tercer Mundo, no dieran lugar para valorar la herencia común de nuestros pueblos ni las culturas propias y sus tradiciones, por más ricas y arraigadas que estuvieran hasta hace pocas décadas.

Al trabajar en mis cátedras con este tema, valorando la actualidad del patrimonio como herramienta política en un proyecto emancipador, hace ya unos años di con una frase, atribuida a Gustav Mahler: “Tradition ist nicht die Anbetung der Asche, sondern die Weitergabe des Feuers”, “la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego”; que otros traducen como la transmisión, que puede hacer carne la profundidad y potencia de nuestro trabajo, la importancia cardinal de nuestra práctica docente.

Una pequeña digresión: buscando confirmar la autoría de esta sentencia, encontré varias versiones y atribuciones distintas, adjudicándola entre otros a G. K. Chesterton, al Papa Juan XXIII o al socialista francés Jean Jaurès. En esa búsqueda encontré un artículo de  Gerald Krieghofer (2017), que parece definitivo en cuanto al origen del enunciado. El texto tiene versión castellana y da cuenta de cómo un determinado discurso −cuando es apropiado por el pueblo− se va transformando y se condensa en una expresión que ya no cambia, pero mantiene su poder de significación. Me parece que aquella frase sobre la tradición connota −en más de un sentido y por su propia génesis− lo que es la tradición y asimismo lo que es el patrimonio, que son conceptos muy cercanos.

Vale el esfuerzo recorrer un poco el devenir de las últimas décadas para entender por qué debemos profundizar estos estudios y tener cada vez más en claro su pertinencia y el potencial transformador que tiene la construcción de conocimiento alrededor de dichos conceptos.

La Modernidad tardía supuso una paradoja cultural y social: cuanto más hegemónico se volvía el capitalismo y mayor era la centralización de la producción de modelos y consumos culturales, mayor era la resistencia y mayores los intentos de abroquelarse en identidades locales, muchas veces cerradas y excluyentes, sobre todo en las sociedades más castigadas por el sistema-mundo imperante. Los fundamentalismos religiosos y étnicos o sociales son intentos desesperados y violentos de autoafirmación frente al avasallamiento de las particularidades que impone la globalización. Se postuló el “Fin de la Historia”, pero la Historia no se dio por enterada.

La caída de los “grandes relatos” tuvo como contrapartida la emergencia de múltiples voces, y las particularidades pugnan por manifestarse y hacerse visibles en la esfera pública. Además de gritos desesperados, en las sociedades más abiertas se ve la emergencia de voces de minorías y grupos marginados, que antes se subsumían en los grandes sistemas de pensamiento o se avasallaban y escondían al no tener canales para manifestarse. Las democracias representativas ya no alcanzaron a canalizar con sus mecanismos decimonónicos muchos de los reclamos, necesidades y reconocimiento de nuevos derechos que los nuevos actores reclaman, aunque el constitucionalismo social empezó a incorporar algunos mecanismos de participación y reconoce otras formas de “peticionar a las autoridades”.

Desde hace un tiempo viene cayendo el sistema de representación y crece la presentación directa del pueblo o de determinados colectivos en la esfera pública. Varios autores teorizaron sobre este nuevo panorama. En América, el surgimiento del zapatismo en México con su “mandar obedeciendo”, o el “¡que se vayan todos!” de fines del 2001 en Argentina, son emergentes de esas nuevas formas de pensar las sociedades y sus formas de gobierno, o el modo de reclamar en estas circunstancias históricas.

El nuevo panorama político y cultural también debe incidir en la gestión de la cultura y de los bienes del patrimonio cultural. Hoy se reconocen y se habla de culturas; también debemos hablar de patrimonios. Los conceptos sobre patrimonio cultural y sus manifestaciones y testimonios materiales son un acervo compartido por el conjunto social; pero, a su vez, admite múltiples lecturas e interpretaciones. Se han venido replanteando los supuestos que guiaron nuestra disciplina desde sus inicios, en consonancia con estas nuevas miradas, y es preciso conocer y debatir las nuevas posturas teóricas.

Nos formamos viendo cómo los organismos estatales −de Estados marcados por relaciones sociales adversas a lo popular− definían qué era considerado patrimonio, qué se conservaba y cómo. También era hegemónico el modo de pensar esa herencia común y su propia utilidad como herramienta cultural y política. Se imponía un relato único y uniforme, cuando ya las sociedades se iban reconociendo cada vez más complejas y contradictorias en muchos aspectos.

Hoy aparece como necesario matizar y complementar aquel relato hegemónico: los grupos minoritarios, las regiones, las provincias, los pequeños poblados, las comunidades originarias, tienen que hacerse escuchar y el conjunto de la sociedad reconocer el patrimonio de los otros como propio. La Argentina es un mosaico heterogéneo y cambiante de realidades que nos influyen de distinta manera.

Por otro lado, el Poder, tal y como se manifestó hasta estos tiempos, con una serie de atributos y rituales que mediatizan y estetizan tanto su coerción como su factor de seducción, se ve horadado por el devenir histórico. Holloway (2002) diferencia entre el poder como sustantivo: potestas (dominio sobre), y el poder como acción: potentia  (poder hacer). El primero refiere al poder formal y coercitivo, y el segundo a la voluntad social puesta en acción.

Nos encontramos frente a una crisis civilizatoria, quizás definitiva. El capitalismo estaría evolucionando hasta reconfigurar la sociedad en un estado casi de barbarie. Varoufakis (2002) postula que la etapa actual es un poscapitalismo atroz.  Sin analizar en profundidad su última obra, podemos constatar alguna de sus aseveraciones: las plataformas imponen modos, tiempos y precios a empresas industriales y al sistema financiero tradicional. La logística de la distribución genera una dinámica económica alocada. Ya veníamos sufriendo los embates de los “fondos de inversión”, llamados buitres, aunque con mayor propiedad hay que denominar piratas globales. El extractivismo y la dinámica frenética del lucro, en este tiempo, están destrozando a la Madre Tierra: los incendios recurrentes en Córdoba, en la Amazonía, en el Pantanal o en el oriente de Bolivia, para conseguir terrenos para la agroindustria o la especulación inmobiliaria, conforman un verdadero ecocidio, que ya hay que asimilar al genocidio. Y también, paradójicamente, al suicidio de sus promotores y beneficiarios.

Para Raymond Williams (2000) la tradición debe entenderse como un proceso de tradición selectiva, como “una versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo dentro del proceso de definición e identificación cultural y social”.

Para los docentes universitarios y profesionales actuantes en la gestión del patrimonio, es importante conocer quiénes definen −y por qué− qué bienes se reconocen como patrimonio cultural, y para qué. El cuidado de los bienes comunes implica el de la Pachamama y el de nuestras creaciones históricas y culturales. Es tan importante luchar por la preservación de nuestras leyendas y voces, así como de nuestros bienes materiales, los de las comunidades que los crearon, y los paisajes y territorio que son sus escenarios.

Lo central sería reconocer que el patrimonio cultural-natural (o quizás mejor, su formulación femenina: la herencia cultural-natural) es parte fundamental de la caja de herramientas que nuestra sociedad puede −y debe− utilizar a modo de resistencia, en primer lugar, e inmediatamente después, para la construcción de un futuro propio y compartido.

Volver la mirada a los saberes tradicionales y a los ancestrales; reconocer que los antiguos tenían un sistema circular de producción donde la satisfacción de las necesidades buscaba asegurarse sin destruir las fuentes de los recursos; encontrar modos amigables de producir, de satisfacer necesidades materiales y espirituales sin caer en consumismos destructivos. Hay muchos modos de pensar nuestro pasado: trabajemos por hacerlo de manera que nos permita proyectarnos al futuro.


Bibliografía

Holloway, John,  Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Barcelona, Ed. El Viejo Topo, 2002.

Krieghofer, Gerald, “Errores de una metáfora”, en Wiener Zeitung, Viena, 10/6/2017; en:  https://www.wienerzeitung.at/h/irrwege-einer-metapher

Varoufakis,  Yanis,  Tecnofeudalismo, el sigiloso sucesor del capitalismo, Buenos Aires, Ariel, 2024.

Williams, Raymond, Marxismo y Literatura,  Madrid, Ed. Península, 2000.




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