SARMIENTO y la formación ideológica de la clase dominante
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Ramón Torres Molina
Historiador, jurista, profesor de Derecho Constitucional
Extracto del Prólogo al libro de Celina Lacay Sarmiento, formador ideológico de la clase dominante, Buenos Aires, 3ª edición, Continente, 2025.
Cuarenta años después de su escritura, este libro adquiere una paradójica actualidad. Los mecanismos que se utilizaron durante el siglo XIX para formar la clase dominante de la Argentina moderna, subordinada a los grandes centros de poder, europeísta y socialmente desigual, se manifiestan hoy con la conformación de otro sector social dominante, diferente a aquél: inculto, con dificultades para expresarse en el idioma castellano, con desprecio por la nación, por la cultura y la ciencia, que invierte en forma alarmante los fundamentos de aquella antinomia de civilización y barbarie planteada por Sarmiento. Porque Sarmiento justificaba el exterminio de la población criolla, de las montoneras y los caudillos en nombre de la educación, del desarrollo de la cultura, de una posible organización constitucional con algún respeto a las formas institucionales. Todo lo contrario a los postulados ideológicos que se difunden hoy desde el poder; gobierna la barbarie, y no es precisamente el pueblo denigrado por Sarmiento.

Celina Lacay analiza en esta obra el proceso inicial de formación de una ideología que reemplazó a la de los revolucionarios de Mayo (Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo, entre los más destacados), quienes enarbolaron las ideas liberales, profundamente transformadoras frente al absolutismo español; sus manifestaciones fueron políticas independentistas, indigenistas, democráticas, defensoras de la soberanía, cuyo objetivo final era la formación de un Estado capitalista que tuviese el pleno ejercicio de su autodeterminación como país soberano. Habían recibido la influencia del liberalismo español, de los ideólogos de la Revolución Francesa y de la construcción democrática (en el significado de la época) de los Estados Unidos y su original proceso constitucional.
Era la ideología de las revoluciones burguesas triunfantes, pero en una realidad que carecía de una burguesía consolidada como clase social al estilo europeo. Solo contaba con una incipiente burguesía comercial ligada al comercio inglés, y los hacendados, propietarios de esa unidad productiva tan particular que fueron las estancias, cuya producción en las zonas bonaerense y del litoral estaba dirigida fundamentalmente al mercado internacional (por lo tanto, muy lejos de ser una economía “feudal” de auto subsistencia). Fueron precisamente estos hacendados quienes cumplieron un papel fundamental durante la Revolución de Mayo y en los años previos, en su lucha por la libertad de comercio que les permitiera llevar los cueros y otros productos derivados de la ganadería al mercado internacional, sin las limitaciones del monopolio del sistema colonial español: libertad de comercio, o sea la posibilidad de comerciar con cualquier país del mundo, lo que no debe confundirse con el librecambio, que sería la apertura irrestricta opuesta al proteccionismo (ver Torres Molina, 1986, p. 17).
El grupo que se impuso inicialmente en el poder, controlando a su vez al ejército patriota, pudo llevar adelante durante 1810 y ocasionalmente en años posteriores, una política revolucionaria que se asemejaba a las de las burguesías de Europa, aunque con escasa base social burguesa, contando con la participación popular que surgía de la composición de los ejércitos.
La restauración conservadora se manifestó con la derrota política de Mariano Moreno en la Primera Junta y tuvo sus manifestaciones más definidas durante el Primer Triunvirato. Mientras se libraban las guerras por la independencia, en Buenos Aires, los años que siguieron a 1810 se caracterizaron por el abandono progresivo de las ideas profundamente transformadoras de la Revolución de Mayo, con predominio de las ideas conservadoras, claudicantes ante el poder colonial español y portugués y también frente a la política económica británica. El poder centralizado, unitario, que heredamos de la monarquía española cumplió un importante papel, pues la concentración del poder era necesaria para llevar adelante las tareas históricas de la independencia. Nos dio desde el inicio la idea de nación, que precedió a la organización institucional. Por eso resulta erróneo considerar que las provincias preceden a la nación. Son anteriores sí, al proceso gradual que precedió a la sanción de la constitución. Y cuando el poder central fracasó o se extravió, las provincias adoptaron su propia estrategia. Fue el origen del federalismo, que surgía así como una instancia defensiva ante la claudicación o ineptitud del poder central.
Federalismo e independencia son políticas que aparecen unidas, basadas en el apoyo popular. El federalismo, fundado en la autonomía regional para la defensa de la patria, adquirió después formas doctrinarias derivadas del constitucionalismo norteamericano. Tuvo sus primeras expresiones en las Instrucciones orientales de Artigas en 1813 y el Proyecto de Constitución Federal para las Provincias Unidas de ese mismo año. Se debatió luego en el Congreso Constituyente de 1824-1827, con los aportes de Manuel Dorrego y Manuel Moreno. Apareció posteriormente en la carta que Facundo Quiroga envió al general José María Paz poco antes de la batalla de Oncativo. Y tuvo mayor elaboración en la Carta de la hacienda de Figueroa, donde Juan Manuel de Rosas explicó sus ideas favorables a la formación de un Estado confederal (ver Sampay, 1972). Pero el federalismo no tuvo, durante la primera mitad del siglo XIX, un texto que sistematizara sus ideas; ni tampoco pudo sintetizar las expresiones políticas de los tres federalismos, el de Buenos Aires, el del litoral y el del interior, con diferencias importantes que a veces llevaron a enfrentamientos armados. Lo expresó Sarmiento tratando de denigrarlo: no tienen un solo escritor.
La base social del federalismo fue la montonera, llamada así desde las primeras rebeldías orientales, entrerrianas y santafesinas, integradas por hombres de campo, peones, arrieros, pequeños propietarios, muchas veces organizados en las milicias provinciales (en La Rioja las fuerzas de Quiroga no fueron llamadas montoneras por sus contemporáneos; eran milicias organizadas en guerra regular). Su base social era el pueblo, ese que según Sarmiento había que exterminar y Alberdi quería sustituir por población anglosajona. A esa base Rosas agregó a los estancieros, a quienes impuso una política nacionalista, diferente a la que sostuvieron después de su caída, cuando se transformaron en oligarquía terrateniente, componente principal en el proceso de formación de la clase dominante argentina. De donde se deduce que las clases sociales no tienen una inclinación política por naturaleza: tienen distintas posibilidades de opción, que se abren en cada etapa histórica, según las diferentes políticas, la realidad económica y la ideología que abre alternativas posibles. Se podría sintetizar que la estructura se modifica a través de la superestructura. La ideología, entendida como representación de la realidad, motiva la acción transformadora y da legitimación al poder. Las ideas, convertidas en ideologías, es decir, generalizadas, con independencia y a veces en contra de las conclusiones de las ciencias sociales y la historia, son las que a través de la acción política transforman la realidad.
Los federales defendieron una forma de Estado descentralizada, que divide el poder en relación al territorio, por lo que era más democrática que la forma unitaria. Pero sobre todo tenía implícito un programa político que significaba la construcción de un Estado soberano. Fue ese precisamente, el origen del federalismo.
Los unitarios no formaron un cuerpo doctrinario; mucho menos una teoría política. Tampoco hubo, en los comienzos, un programa que expresara sus ideas de cambio. Pero el gobierno de Rivadavia permitió que se extrajera de esa experiencia un conjunto de pautas que expresaban una política. Un fenómeno anticipado del imperialismo financiero lo llamó José María Rosa (1969). El europeísmo unitario tenía como modelo la evolución de los países europeos, se concretó en un constitucionalismo e instituciones al margen de la realidad del país, la promoción de inversiones extranjeras, la contratación de empréstitos, y relaciones dependientes y unilaterales en el comercio exterior. Culminó con la alianza del partido unitario con el enemigo exterior: lo cual constituyó el “carácter sui generis de la guerra civil” (Quesada, 1936, cap. XVI). En vez de la patria se invocó la humanidad. En vez de la soberanía, el progreso y la alianza con las grandes potencias de la época (Gran Bretaña y Francia). No importaba la integridad territorial defendida por Rosas durante los bloqueos, ni la defensa de los recursos naturales que había sostenido Quiroga ante la entrega de los minerales del Famatina. La ideología unitaria centralizaba el poder para aplicar una política que fue la de Rivadavia durante su presidencia, después sostenida por intelectuales políticos como Valentín Alsina y los hermanos Varela, entre otros, y por generales surgidos de las guerras por la independencia como Paz, Lavalle y Aráoz de La Madrid (aunque los tres afirmaban no pertenecer a partido alguno, fueron los verdaderos dirigentes unitarios durante las guerras civiles).
La generación de 1837, que congregó a los jóvenes intelectuales de la época, planteó la necesidad de estudiar la realidad para actuar políticamente sobre ella. Esteban Echeverría tuvo un papel fundamental a través de las reuniones del Salón Literario y después con la Asociación de Mayo. Decían con énfasis no pertenecer ni al partido unitario ni al federal, intentando hacer una síntesis con los aspectos positivos de cada uno de ellos. Reivindicaban la Revolución de Mayo y afirmaban ser sus continuadores. Paradójicamente fueron los primeros en promover la alianza con las potencias extranjeras, e incidieron para adherir a los viejos unitarios como fuerza auxiliar de los franceses durante el primer bloqueo a la Confederación Argentina.
El Dogma Socialista discutido y aprobado en 1837, fue una elaboración ideológica que recogía las ideas predominantes en Europa difundidas principalmente por la Revolución Francesa; con poca relación con la realidad argentina, salvo sus afirmaciones contrarias al sufragio universal y la última Palabra simbólica escrita por Alberdi, en la que se recogen los antecedentes unitarios y federales de nuestro país, desde la época de la colonia y que después repitió, con ligeras modificaciones, en las Bases. Echeverría se acercó al estudio de la realidad en la Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, publicada en 1846 con la nueva edición del Dogma. En su crítica al sufragio universal, Echeverría y los integrantes de la generación del 37 recogían la experiencia del plebiscito de 1835 que ratificó la designación de Rosas como gobernador con la suma del poder público. Eso los llevó a defender la antidemocrática idea del voto calificado. “De aquí resulta que la soberanía del pueblo solo puede residir en la razón del pueblo, y que solo es llamado a ejercer la parte sensata y racional de la comunidad social. La parte ignorante queda bajo la tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional” (Echeverría, 1944, p. 203).

Sarmiento, cronológicamente, perteneció a la generación del 37. Se lo suele citar como participe de la Asociación de Mayo, en San Juan, junto con Aberastain. Exiliado en Chile, comenzó desde 1841 sus estudios sobre la realidad americana. También trató de sistematizar su concepción sobre la historia considerándola como una marcha permanente hacia el progreso, y tomando como ejemplo la evolución que se había dado en los países europeos. Esa concepción era lineal, no dialéctica, pues no consideraba los retrocesos que se producen en la evolución histórica: ya se había vivido un retroceso histórico, en la misma Europa que tomaba como ejemplo, con la restauración legitimista después de las guerras napoleónicas, y también, en su concepción, la Confederación Argentina debió verla como un retroceso histórico. Sostenía también Sarmiento que la historia debía ser explicada para ser comprensible, y sintetizó magistralmente sus conceptos en la dicotomía de civilización y barbarie: históricamente la civilización triunfa sobre la barbarie exterminando a los pueblos salvajes, bárbaros, atrasados, incultos. No titubeó con sus palabras, ni en los hechos, cuando pudo aplicar desde el poder esas políticas de exterminio.
El Facundo fue la obra cumbre de Sarmiento. La barbarie, en su análisis de la realidad argentina, estaba asentada en la campaña, que significaba el atraso. La civilización en las ciudades, donde se advertían algunos rasgos europeos. Los paisanos de las campañas estaban representados por el caudillo, expresión popular de una realidad política y social que él consideraba negativa (Arturo Jauretche decía que el caudillo era el sindicato del gaucho). Era lo que había que exterminar, los paisanos que formaban montoneras y los caudillos iletrados que los representaban e impedían el progreso del país. Como contribución para ese objetivo escribió, además del Facundo, un texto sobre Fray Félix Aldao, y años después sobre el Chacho Ángel V. Peñaloza.
Civilización y barbarie son conceptos que tuvieron una larga vigencia y que, de otra forma, con otras denominaciones, subsisten hasta la actualidad. Fueron invocados en la Asamblea francesa cuando discutieron su política colonialista en el Río de la Plata. Esos conceptos se transformaron en ideología y fundamentaron las políticas de exterminio. Con el Facundo, Sarmiento dibujó una realidad en la que los caudillos aparecían incultos, sin formación ni objetivos, no importaban los documentos a través de los cuales se expresaban, eran bárbaros, igual que el pueblo que representaban. Se omitía por ejemplo que las milicias tuviesen entre sus funciones controlar la asistencia de los niños a la escuela, porque en esa falsa realidad creada por el autor, en La Rioja no había escuelas y casi todos sus habitantes eran analfabetos. Como escuché decir a mi padre, ministro de la provincia, en un homenaje a “la maestra de la patria” Rosario Vera Peñaloza, ella es un símbolo: “la réplica riojana y llaista al interrogante planteado en Civilización y Barbarie” (diario La Rioja, 11/11/1949).
Las falsedades históricas del Facundo quedan expuestas en el libro de Celina Lacay a través de la documentación que se incorpora. Ya habían sido advertidas por los contemporáneos de Sarmiento, entre ellos Valentín Alsina y Juan Bautista Alberdi. El propio Sarmiento las justificó, diciendo que había escrito la obra con una finalidad política, no histórica. Recién a principios del siglo XX la historiografía argentina comenzó a discutir los hechos expuestos en el Facundo, pero el peso ideológico de la obra hizo que ese clivaje entre civilización y barbarie se mantuviese; y sus datos fueron tomados por historiadores profesionales como ciertos, sin ninguna base documental. Pareciera que la repetición transforma en verdad cualquier dato no comprobado. Hoy diríamos que se transforman en posverdad. Ese fue el éxito de la obra de Sarmiento.
Por otra parte, Alberdi fue el ideólogo de la Constitución. El proceso de organización nacional, que se había iniciado mediante los pactos federales y centralizando tareas que correspondían a un Estado nacional −el ejercicio de las relaciones exteriores por el gobernador de Buenos Aires, y en consecuencia las políticas de defensa− culminaron, bajo otro signo político, con la sanción de la Constitución de 1853. Alberdi promovía la sustitución de la población criolla a través de la inmigración de origen anglosajón. De ahí sus extensas teorizaciones sobre la libertad de cultos, una conquista democrática de igualdad ante la ley, pero innecesaria para la mayor parte de la inmigración que llegó a Argentina (italiana y española). Alberdi veía como un foco de irradiación de cultura la ocupación de las Islas Malvinas, a las que llamaba por su nombre inglés, sin importarle la soberanía (Alberdi, 1889, tomo X, p. 59). Lo mismo hizo en las Bases (Alberdi, 1944, p. 49) con su apología de la política y la constitución de California, recién arrebatada a México por los Estados Unidos: ese era el ejemplo de su programa político. No importaba la soberanía.
La síntesis entre unitarios y federales promovida por la generación del 37 se manifestó en la alianza que llevó a Urquiza a triunfar en la batalla de Caseros y en la forma de Estado que adoptó la constitución en 1853: un federalismo centralizado. Fue la política que expuso Alberdi. Pero se abandonaba la defensa de la soberanía que definió anteriormente la política federal. Urquiza hizo alianza con Brasil, un estado en guerra con la Confederación Argentina. Siguiendo las ideas de Alberdi, declinó nuestra soberanía al declarar la libre navegación de los ríos interiores para todas las banderas, aun antes de la sanción de la constitución que lo consagra.
Si se observa la organización jurídica constitucional, nuestro Estado es federal, aunque la carta de 1853 que así lo establece fue obra de un congreso con mayoría unitaria. Pero si observamos las propuestas de política económica y social, más allá de la forma de Estado, vemos que se impusieron los principios históricamente sostenidos por los unitarios, cuya expresión máxima fue el gobierno de Rivadavia. Nos llevaron, a través de una sostenida e inteligente construcción ideológica, a conformar un país que perdió su soberanía y se transformó en dependiente de los grandes centros de poder, principalmente de Gran Bretaña, durante la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Ese modelo terminó de conformarse con la generación de 1880, a veces con disputas ideológicas secundarias e incluso con enfrentamientos armados, pero con una clase social hegemónica que fue la oligarquía terrateniente. Las políticas de exterminio al enemigo interno (civilización y barbarie) fueron aplicadas, con ese fundamento ideológico, a lo largo de toda nuestra historia.
Celina Lacay, profesora de Historia por la Universidad Nacional de La Plata, realizó el estudio de que da cuenta este libro mediante una beca de CLACSO, que obtuvo después de estar detenida seis años y cuatro meses por la dictadura de 1976-1983 (en el marco del Programa de Asistencia Académica Individual, que se otorgaba a presos políticos que recuperaban su libertad e investigadores que retornaban del exilio). Investigadora del CONICET, Celina falleció en 1987, a raíz de un cáncer no tratado en la cárcel. La primera edición del libro data de 1986, y la segunda de 1988. En esta tercera edición se publican como apéndice otros de sus trabajos historiográficos que han podido rescatarse.
Bibliografía
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Alberdi, Juan Bautista, Bases, Buenos Aires, Jackson, 1944.
Echeverría, Esteban, Dogma Socialista, Buenos Aires, Jackson, 1944.
Ortega Peña, Rodolfo y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el imperio británico, Buenos Aires, Sudestada, 1966.
Quesada, Ernesto, La época de Rosas, Buenos Aires, Arte y Letras, 1926.
Rosa José María, Rivadavia y el imperialismo financiero, Buenos Aires, Peña Lillo, 1969.
Sampay, Arturo Enrique, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Juárez editor, 1972.
Torres Molina, Ramón, Unitarios y Federales en la historia argentina, Buenos Aires, Contrapunto, 1986.
Torres Molina, Ramón, Juan Facundo Quiroga, de la leyenda a la historia, Buenos Aires, Continente, 2020.
Torres Molina, Ramón, Historia constitucional argentina, Buenos Aires, 3ª ed., Memorias del Sur, 2021.
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