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Alfabetización y CULTURA BARRIAL

  • FOLKLORE DE UNA
  • hace 5 días
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 días

Cristina Tatá Evangelista

Educadora popular

Cuando hablamos de alfabetización o su contrapartida, analfabetismo, incluimos en la temática problemas específicos que suelen tener distintas expresiones: primero, se trata de solo incluir a los que no saben leer y escribir, sean niños, adolescentes o adultos, tengan alguna discapacidad o no; por segundo paso, se incluye a los chicos que, aun permaneciendo en las instituciones escolares, el proceso de aprendizaje no tiene aceitados los engranajes, ralentizando la oportunidad de desarrollar ciertas habilidades; y en tercer lugar, a los adolescentes que estando en los últimos años del secundario no llegan a interpretar lo que leen, lo que suele crear inconvenientes a la hora de entender consignas y ser autónomos en las tareas.

     Cada uno de estos escenarios merece una lectura específica y seria, poniendo la mirada en todos los factores que lo generan, y especial cuidado −con “mano de seda” dirían los viejos− al analizar el papel de los docentes, la escuela y los métodos de enseñanza. No se trata de juzgar a los docentes o convertirlos en victimarios. La escuela y sus actores están siendo incriminados en una problemática que tiene varias aristas, sumando un desprestigio organizado sobre las instituciones escolares que, en tiempos de ultraderecha o de poco humanismo, se puede decir que el propósito es instalar la idea que la educación debería dejar de ser obligatoria y un derecho básico.

     Aquí voy a compartir lo que venimos organizando en los barrios de mi ciudad, Villa Mercedes (San Luis), que abarca los dos primeros casos mencionados, sin dejar de pensar que hay que avanzar sobre la comprensión lectora de quien ya lee y escribe.

     Desde el año 2024 la municipalidad de Villa Mercedes adoptó un plan de alfabetización llamado “Leer y escribir en comunidad” destinado a chicos y jóvenes, aún con algún grado de discapacidad, fueran a la escuela o no, que no hayan podido desarrollar las habilidades de la lectura y la escritura. Esa primera convocatoria fue llevada a cabo en los comedores barriales y en las iglesias que, teniendo sus escuelas bíblicas, necesitaban ofrecer a sus fieles la oportunidad de leer por sí mismos la Biblia. Y en estos escenarios se planteó la necesidad de sumar a los adultos, en su mayoría mujeres, que también veían la posibilidad de aprender en grupos.

     Muchos se preguntan por qué no desarrollamos la tarea dentro de las escuelas, desconociendo que el valor de realizarla en contextos no escolares es porque la comunidad también educa, forma y contiene; es un aprendizaje que no está valorado en números pero que es tan fuerte y verídico que, como “yapa”, fortalece identidades, enraizando cultura y territorio al mismo tiempo.

     La alfabetización en los barrios en contextos no escolares es una actividad donde la comunidad se ve involucrada, para dar batalla al analfabetismo y la pobreza; éstas van de la mano como un camino predestinado para los sectores más pobres de nuestra sociedad.  La comunidad que educa, forma y sostiene, cree en la educación como camino de emancipación. Sin dudas a los ricos les va mejor en este tema, pero  viviendo bajo un gobierno indiferente ante la pobreza, la comunidad debe organizarse. La alfabetización permite la ronda alrededor del fuego, la reflexión, la toma de decisiones y la disposición a ser autores del cambio.

     La formación del ciudadano está a manos de su comunidad. Y este aprendizaje vendrá empapado de la cosmovisión que explica su lugar en el mundo. Por eso es tan necesaria la formación de alfabetizadores comunitarios. Con estos protagonistas la experiencia no sólo es aprender a leer y escribir, sino que se elaboran herramientas que permitirán interpretar la historia personal y comunitaria y su contexto histórico-social, abriendo la oportunidad de participar en una construcción colectiva de estrategias de cambios personales y comunitarios.

     En estos procesos de enseñanza, al decir de Paulo Freire, el que enseña aprende y el que aprende enseña. Se enriquecen los aprendizajes e intercambios de saberes porque se trabaja en desarrollar habilidades para comprender, no para repetir; el conocimiento se comparte desde una manera de concebir la realidad donde las costumbres y las creencias tienen un denominador común: el conjunto de expresiones culturales que sostiene a la comunidad donde se está inserto.

     La pedagogía de la comunidad se basa en la proximidad, en el conocimiento mutuo y la confianza. Los aprendizajes son construidos entre todos, creando conciencia de que historia y realidad son construcciones sociales y en términos de futuro nadie se salva solo.


     Dicen los versos de José Larralde:

Quién me enseñó a ser bruto,

quién me enseñó, quién me enseñó,

si en la panza de mama

no había escuela ni pizarrón.

... Lástima que no entienda

de lengua fina pa´ ser señor,

y según dijo un día el patrón

que en Inglaterra se habla mejor...


Un derecho que les arrebató la niñez

Cuando este año hicimos la convocatoria en un barrio popular para formar el grupo de adultos, sólo se presentaron mujeres. No era casual que fueran mayores de 45 años, y todas habían pasado su infancia en zonas rurales. Se inscribieron 17. Cuando se les preguntó por qué no habían podido ir a la escuela, una contestó que en su casa no había ni caballo para llegar a la escuela, que distaba unas tres leguas y media. El resto de las respuestas mencionaban el abandono de uno de los progenitores, ante lo cual se convirtieron en criadoras de hermanos menores y atendían las tareas de la comida y la ropa de la casa.  Lo doloroso es que ninguna pasaba los 7 años de edad cuando la niñez les fue arrebatada.

     Ante la consulta de por qué se acercaban a aprender, algunas evangélicas querían leer la Biblia y otras escribir el nombre de sus hijos y nietos. Adelina manifestó: “a nosotros nos enseñaron lo poco que sabemos con bruteza, la misma bruteza que utilizaba el patrón con mis padres, ellos nos enseñaban a nosotros… siempre pensé y les dije a los chicos míos que había otro modo de aprender”.

     María Angélica recordó: “mi mamá nos dejó porque mi padre era de la bebida. A veces, cuando había yerra, nos llevaban a todos a trabajar, y comíamos lindo, después nos criamos a achuras nomás. Y cuando mi madre pedía algo para nosotros, póngale pa’ las alpargatas, ahí nomás mi padre se cruzaba y con el rebenque solía pegarle. Yo no juzgo a mi madre por irse…  Yo era la mayor y debo haber tenido 6 o 7 años, y me hice cargo de mis cuatro hermanos,  el José era de pañales, y de mi padre. En cuanto crecí un poco me fui y me llevé a mis hermanos; era bueno mi padre, pero la bebida lo convertía en un diablo”.

     Josefa comenta, visiblemente emocionada: “en mi caso mis padres trabajaban, él con los peones y mi madre atendía el chalet de los patrones. Tempranito se iba y no podía volver hasta lavar los platos del mediodía y dejar todo en orden. A nosotros nos cuidó un tiempo mi abuela, pero después falleció y tuve que arremangarme yo. A mis hermanos, mientras fueron creciendo, los metieron de pupilos en el hogar escuela, pero a mí no, porque debía tener todo listo en la casa para cuando mi padre venía a almorzar; él volvía a comer y salía nuevamente a trabajar… Mi madre lamentaba no haberme parido varón, que según ella sufren poco y a nosotras nos toca llevar todo el peso sobre la espalda”.

     A menudo existe una suerte de vergüenza al confesar que no se sabe firmar o leer o escribir, como si la responsabilidad pasara por cada uno y no hubiera otros responsables. Los recuerdos y la “mala sangre” de estos testimonios giran alrededor de la hipótesis de que lo vivido ocurrió por ser mujeres, y porque sus padres habían vivido lo mismo en la niñez; pero también se acentúa el presentimiento de que hubo un patrón que no garantizó condiciones legítimas de trabajo.


     Una última cuestión: es indispensable la capacitación de alfabetizadores pertenecientes al mismo territorio donde se llevará a cabo el proceso. Tampoco se puede planificar acciones si no está presente la conciencia de que se busca construir igualdad de posibilidades. Y como tal, el proceso es largo y debe ser planificado.

     Dice Lola Cendales, en un homenaje que se le hiciera a Adriana Puiggrós: “desde la opción política pedagógica de la educación popular, estamos llamados a potenciar capacidades, a pedagogizar las protestas, a generar y fortalecer espacios de reflexibilidad crítica, a cualificar la argumentación frente a lo que está pasando, a provocar un compromiso de cambio que nuestra realidad latinoamericana requiere” (Educación popular para una pedagogía emancipadora latinoamericana, Clacso, 2020).

    Estos movimientos que se generan en las barriadas cobran mayor significado ante la brutalidad impuesta desde el poder. Se sostienen desde el amor y la incorporación de la mirada de otros y otras, sumando voces y voluntades al anhelo de construir igualdad.

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