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RAÍCES INDÍGENAS DE NUESTRA LENGUA

  • FOLKLORE DE UNA
  • hace 6 días
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Actualizado: hace 5 días

Darío Giavedoni

Licenciado en Comunicación


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La trascendencia de lo indígena en la identidad argentina puede evidenciarse en la historia de los pueblos originarios, en la ascendencia mestiza de nuestros más importantes próceres, en nuestro ADN, e incluso en las palabras con las que nos comunicamos día a día.

     Che, morocha, chancho, cancha, guacho, pachanga, pampa, achura, cucha, cusco, upa, pupo, nana, mate, macana, quincho, guasca, gualicho, chiche, chucho, chala, son algunos de los muchísimos términos que denotan la influencia de los pueblos originarios en nuestro lenguaje.


     La discriminación hacia las personas con características físicas indígenas permanece, desde la época de la conquista, y la invisibilización en la identidad nacional llega al punto de creer que los argentinos solo provenimos de los inmigrantes europeos.  “Los peruanos descienden de los incas, los mejicanos de los aztecas, y los argentinos descienden de los barcos”: esta humorada no solo intenta separar la identidad de los argentinos de la del resto de Nuestra América, sino que además reproduce lo que en términos gramscianos podría llamarse el núcleo enfermo de un sentido común de la clase dominante.

     Un estudio científico realizado por la Universidad de Buenos Aires en base a bancos de ADN, detectó que el 56 por ciento de los argentinos tiene alguna ascendencia indígena. Este dato es esencial, pues los censos y encuestas no pueden aportar cifras certeras. En Bolivia, por ejemplo, donde las culturas originarias son inmensa mayoría, cuando se realizaron censos sobre la composición étnica de sus habitantes los índices resultaban muy inferiores a los evidentes, pues una parte de la población era reticente a decirse descendiente de indios, y otra porción ignoraba que lo era.

     En los censos del siglo XIX y en los archivos parroquiales de partidas de nacimiento, defunción y matrimonio existen numerosos indicios de un proceso de falso “blanqueamiento” de la población, en el que a los indígenas se les impusieron nombres y apellidos españoles.  

     Claro que no solo los genes ni el apellido hacen a la identificación de lo indígena en la vida nacional, sino también la acción, el trabajo y la lucha en que se fue construyendo nuestro país. Recordemos que los pampas y tehuelches participaron en la resistencia a las invasiones inglesas; que los indígenas del noroeste pelearon en la guerra independentista con los ejércitos comandados por Castelli, Belgrano o Juana Azurduy; los pehuenches cordilleranos colaboraron con San Martín en el cruce de los Andes, y los guaraníes acompañaron la lucha de Artigas y los Pueblos Libres del Sur. De la misma manera fue la intervención indígena en las montoneras federales y las guerras civiles del siglo XIX, y en cuanto a los ejércitos nacionales, hasta incluso en la guerra de las Islas Malvinas, miles de soldados provenían de las clases populares con ascendencia indígena.

     La filiación originaria de la independencia era reivindicada por los ideólogos de la revolución. Belgrano proponía una monarquía incaica e ideó la bandera con el sol inca, así como el himno nacional invocaba las tumbas del Inca.

     La ascendencia mestiza caracteriza a figuras clave de nuestra historia, como San Martín, Monteagudo, Facundo Quiroga, Alem, Yrigoyen y Perón.  Don José de San Martín declaró ante los pehuenches: “yo, que también soy indio”, pues la tradición afirma que era hijo de la india guaraní que lo amamantó; la generación actual de descendientes donó muestras sangre para que se pueda realizar el análisis de ADN.  Leandro Alem, hijo, e Hipólito Irigoyen, nieto de una india pampa, tuvieron que esconder su ascendencia que era considerada un baldón en su tiempo. Juan D. Perón, hijo de Juana Sosa, de puro origen indígena, debió ocultar ese linaje para ingresar a la carrera militar; de joven escribió una Toponimia patagónica de etimología araucana y en el exilio habló varias veces de “su sangre india” (Chumbita, Hijos del país, 2004).

     Lo indígena también influyó en nuestra manera de hablar y en la comunicación popular. Hoy decimos, oímos, escribimos y cantamos innumerables palabras que provienen de la cultura originaria, que ya son parte integral del “idioma de los argentinos”. Descubrir estos vocablos nos ayuda a entendernos como pueblo.


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¿Qué hacés che?

Esta palabra, o apenas sílaba, che, es una de las que más identifica al argentino, dentro y fuera del país. Para llamarnos, saludarnos, pedir atención, e incluso sin saber por qué, la pronunciamos constantemente. Para entenderla, se puede recurrir al idioma mapuche (mapdungun) donde significa persona, hombre o mujer, por eso tantas denominaciones de pueblos originarios del sur contienen esa palabra: ranculche (gente del carrizal), puelche (gente del este), pehuenche (gente del bosque), etc. El término también puede llegar del guaraní, donde se usa como pronombre personal (mi, mío). De ahí el chamigo litoraleño que sintetizaría amigo mío, o persona amiga.

     Se puede ver así que dos de las más grandes comunidades nativas de la Argentina utilizan el vocablo che de manera similar, aunque este significado es desconocido por la mayoría de los argentinos. Otra coincidencia notable es que también se usa el término che en la lengua valenciana, en España.

     Morocho y morocha son otras palabras que usamos frecuentemente. Incluso se dice que nuestro tipo de mujer es “la morocha argentina”, que mereció canciones y tangos estereotipando este modelo femenino. Hay que advertir que una de las acepciones del vocablo viene del quechua y significa persona de piel y/o pelo trigueño. Algún autor asegura que el término estaría vinculado a la palabra “moro”, o sea árabe, en el medio porteño; pero el propio diccionario etimológico de la RAE (Real Academia Española) lo reconoce como de origen quechua.

     Cancha, también de origen quechua, señala un espacio delimitado, como el templo sagrado de la ciudad de Cuzco, denominado Coricancha (Espacio sagrado). Actualmente, ese término posee una enorme popularidad pues denomina al recinto donde se juega al fútbol, sea en un terreno, una calle o un estadio.

     Otro ejemplo es el vocablo guacho, muy utilizado en los barrios populares y villas para denominar, llamar y hasta para saludar a un joven, niño o adolescente. Este término, que proviene del mapugundun mapuche y significa huérfano, tiene una profunda similitud con gaucho, que denomina al tradicional estereotipo del jinete del campo argentino, según afirman varios autores. Algunos, como Borges, aseguran que el origen de gaucho se remonta al francés “gauderio” (holgazán, poco inclinado a trabajar), o a algún otro nombre de idioma europeo. Pero también podría tener una raíz etimológica pariente del guaso, palabra mapuche utilizada para denominar a un hombre de campo en Chile, o entre nosotros a un tipo rústico, tosco, y/o quizás tenga relación con el gaúcho utilizado en Brasil, cuyo origen se dice portugués. Tales coincidencias no deberíamos excluir de nuestros razonamientos. No sería extraño que la palabra gaucho se popularizara justamente porque en ella se cruzan y coinciden otras palabras de pronunciación similar y de distinto origen (mapuche, quechua, portugués o francés). Puede no existir una explicación única o un origen único de un vocablo, y se podría encontrar una explicación más totalizadora, donde distintos orígenes se complementen.

 

Vocabulario nativo

Para cerrar este artículo exponemos solo algunas palabras recopiladas en nuestro campo de estudio, indicando la procedencia generalmente aceptada de las mismas.

 

Caracú: del guaraní; tuétano o médula.

Carpa: del quichua karpa; toldo, cubierta de tela para dar sombra; en español se usa tienda.

Catinga: del guaraní katí, o catingá; olor desagradable que despiden algunos animales o personas.

Cuco: del aymara cucu, fantasma, ser maligno con el que se asusta a los niños.

Cusco: del quichua cuscu, perrito americano doméstico.

Cuyo: del huarpe, desierto, arenal.

Chacarera: del quichua chacra; ritmo popular del noroeste argentino. El hombre que vive y trabaja una chacra es chacarero, y la mujer chacarera.

Chacra: del quichua; terreno de cultivo de pequeña extensión.

Chala: del quichua; hoja que envuelve el maíz, y puede usarse para envolver el tabaco.

Chakira o shakira: del quichua; conjunto de cuentas agujereadas o dije circular de coral; pulsera, aro, adorno para el cuerpo compuesto de piedras entrelazadas por hilos o tanzas.

Chalai: del quichua; adjetivo rotoso, andrajoso, feo, malo.

Chambón: del mapudungún; pichón de ñandú o charabón; como adjetivo se aplica a alguien inepto o torpe.

Chancaca: del quichua, azúcar mascabado en panes compactos, sin el procesamiento que se da industrialmente para que quede blanco.

Chancho: del mapudungún chanchu, cerdo, porcino.

Changa: del quichua, se aplica a trabajos breves y esporádicos.

Chango: del quichua: niños o muchachos jóvenes.

Changüí: del guaraní; dar changüí es dar una ventaja, una facilidad.

Chiche: del quichua; juguete, objeto bonito.

Guacho: del mapudungún huachu; huérfano, ilegítimo.

Gualicho: de origen tehuelche (waltsitsum), utilizada también por pampas, charrúas y mapuches, para denominar una entidad espiritual; actualmente se refiere a un maleficio, a provocar un mal en una persona, y también a llevar un talismán para la buena suerte.

Guampa: del quichua; cuernos de un animal.

Ñato: del quichua ñatu; adjetivo americano que significa chato, de nariz poco prominente.

Ñaupa: del quichua ñaupa pacha, tiempo pasado; remoto, distante, lejano; la frase “del tiempo del ñaupa” refiere a algo muy antiguo.

Opa: del quichua upa, bobo, sordo; adjetivo despectivo, tonto, idiota. Upa es la voz onomatopéyica por el sonido que se produce al levantar un bebé o cualquier objeto pesado.

Pilcha: de probable origen mapuche, de piluquén, tela, o de pulcha, arruga; prenda de vestir.

Pucho: del mapugundún puchu y/o del quichua, sobras, sobrante; restos, o pequeña porción de algo, se dice a la colilla de cigarrillo. 

Pupo: del quichua pupu, ombligo.

Vincha: del mapudungún huincha; cinta de tela para sujetar o adornar el cabello.

 

Fuentes utilizadas

Abeille, Lucien, Diccionario mpuche- español, Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Temuco, 2017.

Augusta, Fray Felix José de, Diccionario mapuche-español, Santiago, Ediciones Seneca, 1989.

Canese, Arquímedes, Feliciano Acosta Alcaraz, Natalia Krivoshein de Canese, Diccionario Ñe'ẽryru, guaraní-español, Asunción, Universidad Nacional de Asunción, 2016.

Laime Aiacopa, Teófilo, Diccionario bilingüe Iskay Simipi Yuyayk'ancha, quechua-castellano y castellano-quechua, La Paz. 2007.


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