Prelorán en La Pampa

Hugo Chumbita

Historiador, profesor del Departamento de Folklore, UNA

Jorge Prelorán cumplió una fructífera etapa de labor en la provincia de La Pampa, donde filmó dos de sus documentales más maduros en el estilo etnobiográfico que fue la característica de su obra. Sucedió entre 1973 y 1976, años en cierto sentido propicios, que transcurrieron entre el fin de una dictadura militar y el comienzo de otra. No casualmente él se marchó después a Estados Unidos, donde tenía raíces familiares y donde había comenzado su carrera cinematográfica. 

     El primer documental pampeano que realizó fue Cochengo Miranda, centrado en el testimonio de un poblador del oeste de la provincia: una zona semiárida despojada de sus ríos, con grandes espacios desérticos, muy diferente a la feracidad de la pampa húmeda, y el protagonista era un campesino criollo que además de su baquía rupestre sabía templar la guitarra para cantar sus propios versos. La filmación tuvo la importante colaboración del área de Cultura del gobierno provincial.  

     La siguiente, Los hijos de Zerda, mostraba los trabajos y los días en el áspero monte de caldén, narrados por un hachero radiado allí con su prole, y el camino seguido por los hijos para hacer su vida. Dado el evidente interés social del tema, en esa producción comprometimos el apoyo del Instituto de Estudios Regionales que yo dirigía en la Universidad Nacional de La Pampa, aunque ello se trruncó por la intervención de la Universidad y la dictadura del Proceso.

Prelorán pudo terminar la producción en Buenos Aires y se fue del país, por lo que nuestro reencuentro y la exhibición pública del film solo se concretó después de 1984.

     En Los Ángeles era profesor en la Escuela de Teatro, Cine y TV de La Universidad de California (UCLA), y en los años siguientes volvió al país en pos de nuevos proyectos. Patagonia en busca de su remoto pasado (1993), un extenso documental de factura clásica, en el que aparecía él mismo como relator, además de varios acreditados especialistas, contó con el auspicio y los aportes del CONICET y el INCAA.

     Otro ambicioso proyecto en el que nos embarcamos incursionaba en un género cinematográfico distinto: ficcional, aunque basado en mi investigación histórica sobre hechos reales, que según el guión en el que trabajamos juntos iba a llamarse El gaucho Vairoleto o The last Gaucho Outlaw o algo parecido. Él ya había realizado un film de ficción en Ecuador (Mi tía Nora), y el tema de nuestro bandolero popular, una figura emblemática de la región pampeana, lo entusiasmaba desde tiempo atrás. Buscando locaciones, datos e imágenes de las travesías, montes y poblados, recorrimos las pampas sureñas, también las de Cuyo y el Chaco, donde a Jorge le interesaba el apoyo popular a la iniciativa.  

     En cuanto a la narración cinematográfica, debíamos tener en cuenta que, estando yo exiliado del país, se había hecho una película de Atilio Polverini basada en mi libro sobre el mismo personaje (Bairoletto, la aventura de un rebelde, 1985); por lo cual, para esta versión ideamos un tratamiento especial, enmarcando ciertas escenas en el antiguo teatro gauchesco.

     Claro que ahora ya no podía ser una tarea artesanal, era necesario un equipo solvente y numeroso, y a Jorge se le ocurrió formarlo con sus alumnos de la UCLA; esto no resultó posible, y al fin los condicionamientos de la producción lo desalentaron y desistió del que iba a ser su último film.  

     En California, junto a su compañera Mabel, dedicó los años finales a ordenar, pulir y complementar con textos de sus archivos la cantidad de películas que había realizado, y seguimos manteniendo contacto por correspondencia. Cuando falleció en 2009, todo aquel material quedó debidamente clasificado y resguardado en repositorios del Smithsonian Institute. Falta aún organizar lo mismo en nuestro país, el apasionante objeto de conocimiento en el que empeñó su talento y su provechosa existencia.