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MADRES DE PRÓCERES de Karina Bonifatti

prólogo de Hugo Chumbita

Faltaba rescatar a las progenitoras de hombres importantes en nuestra controvertida historia nacional. Karina Bonifatti realizó este notable trabajo literario buscando en esa filiación las pistas de la formación inicial de los personajes, el regazo que impresionó su primera edad, y fue encontrando los hilos del linaje familiar, el entramado de la sociedad de su tiempo, las circunstancias que marcaron un camino de vida.

   Aparece así en el texto el sugestivo perfil de mujeres que, en roles sobresalientes o más modestos, gozaron o sufrieron las alternativas de su destino y merecen un lugar en el inventario histórico del país; a la vez que entran también en el relato otras personas y sucesos relevantes o laterales en el derrotero de los protagonistas. 

   El capítulo referido a Manuel Belgrano enfoca el momento olvidado de aquella familia cuando, a raíz de un severo proceso contra el padre comerciante, pasó de disfrutar las mieles de la fortuna a la humillación y las penurias económicas, signando la trayectoria de uno de los grandes revolucionarios de la independencia. Recuerdo el hallazgo de los papeles de archivo que movió a Miguel Bravo Tedín a dedicar al caso uno de sus libros más impactantes. La indagación de Karina recupera aquel drama íntimo −soslayado por Bartolomé Mitre en la enjundiosa biografía del prócer− al que él contrapuso su irreprochable rectitud y desinterés por las riquezas materiales en aras del proyecto de patria.

   Otro tema que me ha ocupado y preocupado largamente es el de la cuna de José de San Martín y sus “dos madres”, como las llamó un bello poema de Elena Siró. Según las evidencias que recogimos y se conocen desde hace tiempo, todo indica que al niño lo había parido Rosita Guarú, aunque doña Gregoria Matorras se hizo cargo de criarlo y declararlo como propio. Si la joven guaraní lo amamantó y lo cuidó en Yapeyú en los años primeros, aquella señora española lo acogió entre sus hijos y como tal lo llevaron a Buenos Aires y luego a Málaga, hasta que ingresó a la carrera militar. Sin duda las dos desempeñaron la entrañable función maternal y transmitieron al infante los afectos, las enseñanzas y valores de dos culturas opuestas.

   Ambas mujeres infundieron en alguna medida a José Francisco los rasgos de su carácter, que fue el sustento de una línea de conducta y una vocación solidaria con sus semejantes. ¿Quién si no Rosa motivó su acendrado americanismo, la conciencia de pertenecer a estas tierras y estos pueblos, animando su decisión de retornar y su compromiso permanente con la causa de la emancipación? Y por el otro lado, seguramente fue en el hogar de doña Gregoria donde asumió la disciplina y el amor al saber que constituye la mejor tradición hispano europea. Entre los hallazgos de Karina sobre esta cuestión, cabe añadir la afirmación de Mitre de que lo alimentaron de su seno para nutrir su fibra heroica las dos madres del prócer, la “madre natural” y la “madre cívica” (sic).

      Estos y más asuntos apasionantes y polémicos jalonan las páginas del libro, a partir del retrato de las madres o internándose en las frecuentes incógnitas que salen al paso: la sospechosa muerte de Moreno, la ascendencia mestiza de Rivadavia, la conspiración para matar a Dorrego y la ambigua relación del fusilador Lavalle con Rosas, así como la vida familiar del Restaurador, las prolíficas fantasías sarmientinas contra Facundo, las terribles contradicciones de Lamadrid, el cautiverio privilegiado del manco Paz, e incluso las insidias sobre San Martín tramadas por el sentimental Alberdi por instigación del implacable Sarmiento.

   Expurgando multitud de datos, trillando derivaciones inquietantes y juicios historiográficos contrapuestos, planteando incógnitas, acumulando preguntas y respuestas, el estilo personalísimo y audaz de la autora nos lleva vertiginosamente a sumergirnos en los entretelones, los brillos y las sombras de nuestra interminable historia.



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