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FUNDAMENTOS DE LOS ESTUDIOS DE FOLKLORE: Folklore nacional y expresiones populares

Daniel Adrián Riesgo

Director de la Licenciatura en Folklore, UNA



El Folklore, entendido como ciencia, forma parte del campo de las ciencias sociales. Su estructura de análisis y método de investigación forma parte del vasto campo de las humanidades. Se aboca al estudio y el análisis de los fenómenos sociales en tanto sistemas de creencias y de representación expresados en las narrativas, fiestas y celebraciones, religiosidad, mitos, rituales, expresiones del arte y cualquier otra expresión cultural, así como los abordajes rotulados como Patrimonio Intangible y/o Patrimonio Vivo que dan cuenta de la vastedad del campo disciplinar del Folklore.

   A casi 200 años del nacimiento de esta disciplina, que se consolida a lo largo del siglo XX, es en el XXI cuando se produjo un renovado interés por los estudios de las culturas populares en el contexto de las transformaciones socioculturales producidas por los procesos de globalización. 

   Las culturas populares en su diversidad se mantienen en movimiento constante generando identidades, tema que le es propio al Folklore.

   Por eso es necesario analizar los conceptos clásicos y vigentes del cuerpo expresivo denominado “Folklore Nacional” y la tensión conceptual entre el mismo y las nuevas concepciones del folklore contemporáneo del siglo XXI, así como la influencia de las epistemologías del sur y el paradigma de diversidad que da lugar a otras expresiones.  

 

Contexto histórico

La modernidad se caracterizó por la división del territorio en estados nacionales y la revolución industrial que consolidaron el “orden capitalista”, dando paso también a la expansión colonialista. El positivismo fue la filosofía oficial de este proceso y marca el inicio de la contemporaneidad.

   Fue ampliamente debatida la relación entre la antropología clásica y el expansionismo colonial. Inglaterra es el mejor ejemplo, primero era la avanzada militar sobre un territorio y la conquista, y posteriormente ese espacio se convertía en terreno propicio para que misioneros y soldados enviaran los primeros reportes que los primeros teóricos empezaban a interpretar.

   Es cierto también que en paralelo a estos procesos surge el romanticismo, un movimiento que tiene una relación muy fuerte con el nacionalismo. El romanticismo apela al sentimiento, le otorga un “alma” a ese Estado nación, le da una estética. Los estudios sobre el romanticismo afirman la fuerte vinculación entre arte y romanticismo, y es en este marco que se da la construcción política entre conformación del Estado Nación y Folklore, tomado como elemento de construcción identitaria, donde sus expresiones artísticas son un elemento fundamental.

   En el arte romántico los artistas se convierten en portavoces de una sociedad que aprecia lo local y lo particular; en otras palabras, una defensa de la vinculación incondicional con el territorio propio y la entrega a la “Patria”.

   Las ideas nacionalistas se afianzan dentro de un territorio determinado. El nacionalismo también puede entenderse como ideología que alienta a una reacción en contra de cualquier intervención (militar, política, económica o cultural) extranjera, lo cual se considera como una amenaza hacia la nación y la identidad nacional. Eric Hobsbawm señaló que, en Europa, “el término nacionalismo apareció a finales del siglo XIX para referirse a grupos de ideólogos de derecha, algunos de ellos, en Francia e Italia, gustaban de […] agitar la bandera nacional contra los extranjeros, los liberales y los socialistas y […] se mostraban partidarios de la expansión agresiva de su propio Estado, rasgo que había de ser característico de esos movimientos. Dichos grupos tomaron fuerza en Europa entre 1875 y 1914 hasta convertirse en movimientos de masas que optaban por la autodeterminación de sus pueblos y el repudio a los extranjeros. Con los años, dichos sentimientos fueron mezclados con el nacionalismo del Estado, originando que las masas concibieran que la causa del Estado era su misma causa. Para 1914, muchos de los británicos, alemanes y franceses que se enrolaron en la Primera Guerra Mundial ya tenían ese sentimiento” (Hobsbawm, 1974).

   Aquí aparece en contexto el primer registro formal del uso del término que, como es sabido, corresponde al arqueólogo inglés Williams Thoms, quien escribe en 1846 en la revista Athenaeum una nota titulada “Folklore”, haciendo alusión al saber tradicional, el saber del pueblo en pleno proceso de cohesión social alrededor de los valores nacionales en la Inglaterra de mediados del siglo XIX.

   En esos momentos los intelectuales europeos, y principalmente los alemanes, tomaban contacto con la cultura popular a la cual denominaron “folklore” (“La gran tradición se cultiva en las escuelas o en las iglesias; la pequeña se desarrolla y mantiene en las comunidades aldeanas, entre los iletrados... las dos tradiciones son interdependientes. Una y otra se han influido mutuamente y continúan haciéndolo... Las grandes obras han surgido de los elementos incluidos en las narraciones de un gran número de personas, hasta regresar al campesinado, modificando e incorporándose a las culturas locales” Burke, 1991: 41-42). Entonces cuidaron, o mejor dicho “preservaron” este folklore de la transformación generada por la modernidad protocapitalista; mediante las recopilaciones y el registro directo de las expresiones artísticas preindustriales lograron la paradoja de, por un lado, considerarlas ajenas al orden naciente, pero por otro tomarlas como esenciales en la dimensión simbólica e identitaria de los nuevos Estados nación.

   Es decir que, como un devenir natural de esta articulación política enlazada por el “romanticismo”, ya desde su origen la palabra folklore y sus posteriores desarrollos estuvieron ligados a conceptualizaciones y movimientos nacionalistas.

 

Ciencia, fenómenos folklóricos y “Folklore Nacional”

Como en ningún otro ámbito disciplinar, el nacimiento de la ciencia folklórica, en tanto disciplina que investiga, estudia y analiza los fenómenos folklóricos, estuvo ligada y fue instrumento de la construcción de un proyecto político institucional propio de la modernidad capitalista: la construcción de los “Estados Nacionales”.

   Esta relación folklore-nacionalismo fue ampliamente debatida, tanto desde la antropología como desde el Folklore. Desde tal abordaje, la estatidad no puede desvincularse del proceso de construcción de la Nación. Y el concepto de nación nos lleva a elementos propios de la cultura de un territorio determinado.

¿Quién, quiénes, cómo y con qué criterio se determina qué elementos culturales pasarán a ser parte del folklore nacional (en otras palabras, el “folklore oficial”)?

   El corpus expresivo denominado “Folklore Nacional” nace bajo la “hegemonía cultural” producida por el naciente Estado Nación, y efectivamente se convierte en una de las tantas herramientas para el mantenimiento de un orden social establecido. En la Argentina se desarrolla en su dimensión ideológico-discursiva en el período que va entre los años 1880 y 1930.

   En este proceso se entiende al “folklore” como un corpus de expresiones populares. Sus contenidos se definen y recopilan muy discutiblemente bajo el concepto selectivo de “tradición”, y luego se imponen.

   Esta legitimización político-social da lugar a establecer qué elementos constituyen un hecho folklórico y/o su expresión artística y cuáles no.

   Es la idea central de un “orden social” y “dirección cultural”, de lo cual emanaron relatos, valores y estéticas que dieron forma y contenidos a las expresiones folklóricas nacionales del siglo XX.

   Lo que llevo a debate en este escrito es:                                       

1°) por un lado, la idea de que por fuera de este corpus cristalizado casi no hay expresiones folklóricas, y

2°) por otro lado, que a través del “acatamiento discursivo” (concepto que defino como un mandato que puede presentarse consciente o inconscientemente, referido al cómo y de qué forma “deben representarse” contenidos, símbolos y estéticas) se establecen algunas veces prácticas folklóricas o se componen obras sin saber que se está trasmitiendo un relato desde un posicionamiento ideológico conservador.

 

Reconceptualización de los fenómenos folklóricos

Tres ejes conforman la matriz ideológica del Folklore clásico del siglo XX:  a) la conformación del Estado Nación, b) el corpus “Folklore Nacional”, y c) los abordajes teóricos positivistas y funcionalistas que construyeron la ciencia folklórica. 

   Dentro de este análisis me parece importante diferenciar dos planos:

a) Folklore en su desarrollo científico y académico, y

b) Folklore como corpus de expresiones, contenidos y estéticas que se aplican como elementos identitarios desde la construcción de los Estados –Nación.

   En tanto ciencia, los orígenes de los estudios de Folklore y su desarrollo disciplinar posterior estuvieron configurados por: 1) el positivismo, que le dio forma y status de disciplina científica, y posteriormente el funcionalismo; y 2) las “acciones Imperialistas y políticas coloniales” que le dieron un posicionamiento ideológico y delineó formas valorativas de aproximación y categorización de los fenómenos relevados o recopilados. Este período histórico podemos enmarcarlo entre principios del siglo XIX y pasada la mitad del siglo XX.

   Cuando a mediados del siglo XX empieza a ser cuestionado el positivismo, por un lado, y las acciones imperialistas por el otro, el Folklore entra en crisis y por momentos pierde su rumbo epistemológico.

   Existe un problema que tendrá que ver con la percepción de los que consideramos fenómenos folklóricos, y es la “europeización” que implicó la construcción de una “nación” en base a ficciones orientadoras que negaban su pasado, en lugar de construirlo a partir de él. Este proceso toma forma con el ordenamiento jurídico a partir de la sanción de la Constitución Nacional de 1853, la conformación del Estado-Nación y la instauración del modelo agroexportador bajo el lema “Orden y Progreso” de la oligarquía terrateniente desde finales del siglo XIX.

   “La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o, mejor dicho, entenderlo como hecho anti-cultura, llevó al inevitable: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar” (Jauretche, 1973).

   Un ejemplo concreto de estas expresiones en Argentina es “el gaucho” que se convirtió en la construcción de un tipo humano abstracto, ya que fue exterminado. El “gaucho” fue un elemento central en la constitución de la “nación”, y más frente a la ola inmigratoria entre 1850 y 1930, cuando el país fue despoblado de las culturas originarias.

 

Epistemologías de las ciencias sociales y estudios de Folklore

Como mencionara antes, el Folklore, en tanto ciencia, forma parte de las ciencias sociales; y como en ninguna otra disciplina, desde siempre se debatió, en un círculo muy pequeño e institucionalizado, ¿qué es el folklore?

   Ello se debe a que no se saldó la tensión entre dos posicionamientos ideológicos opuestos que se enfrentan en torno a esta definición:

a) Un segmento mayoritario y hegemónico, que consciente o inconscientemente está posicionado en un espectro ideológico conservador, se apoya en un concepto de folklore rígido, que expresa manifestaciones culturales como música, danza, atuendos, comidas, etc. recopiladas en un periodo que va de 1880 a 1950 aproximadamente, luego “cristalizadas” académicamente y catalogadas como “Folklore Nacional”. Se institucionalizó desde el positivismo y se desparramó en los ámbitos escolares, académicos y culturales; por lo tanto, al ser hegemónico, no todos los seguidores/as, trasmisores y creadores/as son conscientes de su posicionamiento ideológico.

 

b) Un segmento minoritario, poco visibilizado, que se posiciona en valores ideológicos progresistas, se apoya en un concepto de folklore con sentido amplio, orgánico y decolonialista. Al ser orgánico, sus fenómenos tienen vida, nacen nuevos fenómenos, unos se transforman y otros desaparecen. Iincluye lo urbano, a cuyas expresiones artístico-culturales se denomina “cultura popular”, “arte popular” y en algunos casos “folklore”.

Toda ciencia nace y se desarrolla en contextos que la determinan y tiene posicionamientos ideológicos específicos que establecen “que se ve”, “que no se ve” y cuáles son sus métodos de producción de conocimiento.

“América Invertida”, dibujo de Joaquín Torres García (1943)

 

Estudios del folklore y contemporaneidad del siglo XXI

Una primera definición respecto a los abordajes teóricos del Folklore, desde principios del siglo XIX hasta la actualidad, es que se dio una conjunción o cruce de corrientes de pensamiento, al principio el positivismo, después el funcionalismo, el constructivismo, etc., es decir, distintos posicionamientos ideológicos, algunos ligados a proyectos políticos nacionalistas, otros a proyectos de izquierdas, algunos con más influencias europeas y otros latinoamericanistas (obviamente siempre es así en muchas disciplinas).

   La segunda definición que quiero hacer es acerca de cómo concebir el fenómeno folklórico en la contemporaneidad del siglo XXI.

   El Folklore es una disciplina que estudia y analiza dos ejes básicos de cualquier grupo humano o sociedad, a saber: a) el sistema de creencias, y b) el sistema de representación.

   La capacidad simbólica del ser humano nos da la posibilidad de construir conceptos y representaciones abstractas que ordenadas constituyen un sistema de creencias y también de representación.

   Estos sistemas cumplen una función social del mismo modo que los paradigmas, se imponen para cohesionar al colectivo desde un elemento identitario. El sistema de creencias puede ser entendido como conjunto de ideas y conceptos que explica la forma de concebir el mundo social en su pasado, presente y futuro, y cumple la función de cohesionar, establecer un orden, una historia y un sentido ético y estético en una comunidad.  Desde ahí nace el “acto comunicativo”, la herramienta que da forma a la representación.

   Ambos sistemas se sintetizan en la construcción del mito.

   Este “abstracto” es el que nos convoca, y es condición humana la de buscar y establecer una creencia, expresarnos e identificarnos con sus representaciones.

   Como segunda definición, mi planteo es que, si el Folklore forma parte del campo de las ciencias sociales, su estructura de análisis y método de investigación es el mismo de ellas. Esto es importante porque hay corrientes que interpretan que tiene un campo conceptual y de investigación separado, por fuera o paralelo a las ciencias sociales. y no es así.

   Los estudios de Folklore no están escindidos de las ciencias sociales, tiene su especificidad tal como lo tienen la sociología, antropología, historia, economía, ciencia política, comunicación, psicología, etc., son disciplinas diferentes pero se nutren del mismo campo y se complementan, compartiendo no solo epistemologías, conceptos y corpus teóricos, sino también las técnicas de investigación y objetos de estudio.

   Cualquier investigación de fenómenos folklóricos que no incorpore miradas teóricas y/o análisis conceptuales de estas otras disciplinas resultará incompleto y/o meramente descriptivo-archivístico.

   Lo importante es definir un “campo trabajo”, una mirada determinada de los hechos sociales.

Es en la construcción del “objeto de estudio” donde se realiza el recorte de lo que es un fenómeno folklórico, el cual se hará de acuerdo al posicionamiento ideológico y al sustento teórico de cada corriente dentro de esta disciplina.

   Por lo tanto, una mirada del Folklore contemporáneo del siglo XXI debiera tener en cuenta que, con las herramientas teóricas que posea el observador, la conceptualización se produce al momento de construir el objeto de estudio.

 

Análisis de los fenómenos folklóricos

Antes de describir el fenómeno en sí mismo, es decir el objeto, o cómo se produce el acto comunicativo o expresivo, es decir el contexto, es necesario indagar y analizar el por qué, o mejor dicho, cuáles son las razones por las que un fenómeno folk llegó históricamente a ser así y no de otro modo (Weber, 1922).

   Inclusive es importante analizar cuáles fueron o son las tensiones y luchas internas y/o externas dentro de ese colectivo donde se desarrolla el fenómeno, que es una forma de integrar en un mismo análisis objeto, sujetos y contexto de creencia y representación.

Antes del acto expresivo de construir objetos, o contextual de construir códigos y meta códigos, está la constitución del sujeto humano, la cual se realiza en determinadas condiciones de tensiones o luchas, es decir de condicionamientos sociales que influyen y moldean dichas expresiones.

   Después se establece una relación dialéctica de mutuas influencias entre estructuras constitutivas del sujeto/a y sus formas expresivas, del mismo modo que establece Bourdieu la relación entre campo y habitus (“todas las sociedades se presentan como espacios sociales, es decir estructuras de diferencias que sólo cabe comprender verdaderamente si se elabora el principio generador que fundamenta estas diferencias en la objetividad”; Bordieu, 1990).

   Vamos a “creer”, “comunicar” y “representar” de acuerdo a cómo vamos formando nuestra subjetividad y cómo interioriza cada persona los relatos recibidos, las tradiciones escogidas y las luchas sociales encarnadas en cada cuerpo, colectivo o clase social, lo mismo que la “memoria” colectiva.

   Los tres elementos que definen centralmente los fenómenos folklóricos son la “identidad”, el sentido de “comunidad” y el “espacio”, los cuales se conjugan con características relacionales, a saber:

a. La relación “identidad–comunidad”: El hecho folklórico siempre es comunitario, y la cohesión grupal se conforma a partir de una identidad que se constituyó desde las tensiones internas o condicionamientos externos a dicha comunidad; desde ese corpus identitario se moldea una determinada forma de percibir, sentir, pensar y actuar de una manera y no de otra.

Es decir, es comunitario porque tiene una identidad colectiva que genera ciertas prácticas  compartidas, que además tienen historicidad.

De la historicidad surge un eje característico importante entre identidad y comunidad: la tradición, que diferencia claramente a los fenómenos sociales o populares de los fenómenos folklóricos.  

Todo arte folklórico es arte comunitario (popular), pero no todo arte popular es folklórico, si no tiene tradición.

La tradición se transmite a lo largo del tiempo; sin embargo, no es algo que viene del pasado hacia el presente, sino una lectura que, desde una posición ideológica y posicionamiento conceptual-político, hacemos en el presente seleccionando determinados elementos del pasado y no otros. 

   Es muy claro el concepto de “tradición selectiva” de Williams: es una versión del pasado que elige y acentúa ciertos significados y prácticas y rechaza o excluye otros; de acuerdo a los intereses hegemónicos se activan determinadas conexiones históricas que ratifican aspectos del dominio presente (Williams, 1981).

b. La relación “identidad–espacio”: La segunda característica relacional es la espacial. Las expresiones identitarias van a tener un asentamiento espacial, de ahí nace el “arraigo”.

La tradición se complementa con el arraigo, al que concibo como un proceso y efecto a través del cual se establece una relación particular con un territorio, un sentimiento de pertenencia. Arraigo es “echar raíces”, una forma de crear lazos afectivos y duraderos con un lugar, por lo tanto hay afectividad y lealtad con un espacio. Es importante entender que es un fenómeno distinto a la identidad socioterritorial, la cual es una dimensión de la identidad personal que toma como centro de referencia un territorio físico donde vive un grupo humano. EL arraigo genera lazos más fuertes con un espacio, que inclusive puede ser virtual.

c. La relación “espacio–comunidad”: La tercera característica relacional se refiere básicamente al lugar de residencia. Podemos leerla como la residencia del grupo humano, pero también como la residencia solo del fenómeno folklórico.

Aquí es importante tratar dos aspectos de esta relación.

El primero es que los cambios socioeconómicos y fundamentalmente los tecnológicos, desde fin del siglo pasado y principios de este siglo XXI, han modificado sustancialmente las prácticas sociales de tal forma que hoy es inconcebible pensar en un grupo humano homogéneo, lo mismo que el término “clase social” ya no define las conceptualizaciones clásicas como un colectivo que comparte el mismo nivel socioeconómico, percepciones e intereses sociales.

De tal forma, una misma persona en la actualidad puede participar de una, dos o más comunidades a la vez en donde establece un sentido de territorialidad y participa o protagoniza un fenómeno folklórico.

Cambia el sentido, de pensar que una persona solo formaba parte de una comunidad a un presente donde una misma persona ocupa diversos campos a la vez; es decir, puede formar parte de varias comunidades y a su vez ocupar roles muy diferenciados, por ejemplo, en un campo es portador de conocimiento, en otros no, en algunos puede ocupar lugares de poder o realizar ciertas prácticas y en otros no, etc.

El segundo aspecto es que en la relación espacio–comunidad el espacio no solo es físico, sino que puede ser virtual. Las nuevas tecnologías produjeron cambios importantes en tal sentido.   Un ejemplo es el Netlore o “Folklore digital” que se desarrolla en medios digitales, WhatsApp, correos electrónicos, blogs, redes sociales, etc. Por poner un caso, la vigencia de las leyendas urbanas en los “creepypastas(“su nombre es un juego de palabras entre la denominación en inglés de la operación de corte y pegado digital, copy and paste, con creepy, ‘escalofriante’. Forman parte de la nueva cultura de la Web, que es su ámbito natural de circulación, lo que constituye una restricción genérica: un relato de terror no puede ser un creepypasta si no ha nacido y circula en Internet”: Sánchez, 2018).

 

Conclusiones

De este modo, podemos concebir como se desarrolla un fenómeno folklórico en las primeras décadas del siglo XXI.

   La construcción identitaria realzada en la conformación del Estado-Nación del corpus “Folklore Nacional” y sus posteriores desarrollos han invisivilizado innumerables expresiones de las culturas populares-folklóricas y han cristalizado otras.

   Durante más de un siglo hemos guiado nuestros estudios, prácticas sociales, educativas y artísticas bajo los preceptos de un concepto de folklore extremadamente rígido, sectorizado y patriarcal.

   Por otra parte, la hegemonía positivista y funcionalista en la ciencia del Folklore, que se extiende intermitentemente hasta el día de hoy, no contribuye a la investigación, análisis, comprensión y visibilización de los nuevos fenómenos, ni de las tensiones que se producen en el campo simbólico del arte popular entre las posturas conservadoras y las nuevas expresiones que nacieron a la luz de los nuevos paradigmas de diversidad y el rol estatal en esta definición.

   Muchas de estas expresiones del arte popular son potencialmente expresiones folklóricas. Me

refiero a los cambios paradigmáticos de orden mundial y la lucha por la obtención de derechos y reconocimiento de diversidad de los últimos veinte años; en el caso argentino, visibilizaciones y activismos incentivados por la legislación.

   Estos cambios que incentivan nuevas expresiones, han influido y puesto en jaque la hegemonía cultural de un denominado Folklore Nacional, provocando una contradicción de sentidos y estéticas, disputando con posiciones tradicionalistas que llevan 150 años.

   Esta lucha en el campo simbólico se da en distintos espacios: los escenarios, las aulas, los ámbitos culturales y mercados de arte donde se cuestionan formatos heteronormativos, surgen colectivos artísticos feministas, o danzas folklóricas y populares potencialmente folklóricas bailadas sin roles de género definido, desde una lógica no binaria. También se aprecia la valorización de nuevas expresiones populares que nacen y se desarrollan dentro de una matriz de contemporaneidad, lo mismo que la visibilización y reconocimiento de las prácticas folklóricas de los pueblos originarios.

   Entonces, en cuanto a las expresiones artísticas:

1°. podríamos denominar folklóricas a aquellas que forman parte de un corpus de contenidos y estéticas, en algunos casos justificadas teóricamente, y en otros porque están establecidas en el imaginario social como tales.

2°. podríamos denominar expresiones artísticas populares a aquellas que surgieron o surgen inspiradas en algún corpus folklórico, pero no han atravesado un proceso de tiempo de desarrollo e identificación, y las llamaríamos “emergentes”. Por ejemplo, la música popular de inspiración folklórica con métricas no tradicionales o fusiones con otros géneros, el tango queer en la danza, el malambo con boleadoras, las coreografías de figuras folklóricas con temas musicales populares de diversos géneros, etc.

   ¿Podremos considerar que estas expresiones de nuestras culturas populares sean parte de un nuevo Folklore Nacional? Por supuesto que sí, pues en la medida que perduren en el tiempo, no hay rasgo caracterizador teórico que diga que no son expresiones folklóricas.

   Este es un principio descolonizador: la idea de deconstruir el concepto de Folklore Nacional, quitando de él los rasgos positivistas y funcionalistas y el falso nacionalismo conservador.  El mismo principio es aplicable a la ciencia del Folklore, donde se refuerza la premisa de la que partimos y se construye un nuevo objeto de estudio dentro de nuestra disciplina.

 

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