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LA LLAMA COMO REGISTRO ANCESTRAL DEL NOA

Laura Pomerantz

Historiadora del Arte


A Lawra Cruz y Juan Calisaya, fieles guardianes de la Laguna Colorada, Yavi,

guías de aquellos andares que me permitieron incursionar en su ancestralidad.

A mi entrañable tío León Pomer(antz)


En estos tiempos de cambios y aceptación de la existencia de los pueblos originarios que habitan ancestralmente el actual territorio argentino, urge crear puentes que nos permitan reunirnos con ellos, conocer su memoria y su vibración actual. Pueblos marginados, desplazados y silenciados a lo largo de más de cinco siglos, y que sin embargo han pervivido y perviven desde posturas de resistencia ante un sinfín de abusos e injusticias que atravesaron desde la Colonia, el posterior Estado-nación argentino y la continuidad político-represiva por parte de los gobiernos hasta el día de hoy.

   Planteamos acercarnos a sus saberes milenarios, arraigados a la tierra en la que nos encontramos, con el fin de alcanzar algunos conceptos de su riquísimo entramado histórico-cultural. ¿Cómo hacerlo? Desde nuestra herramienta de investigación, el arte, que enmarcamos desde la traducción andina de manos que elaboran una infinita variedad de objetos utilitarios y ceremoniales, con profundas cargas simbólicas, tras habilidades que apelan a los sentidos, proyectan modos de pensar y expresarse, así como conciben significados y creencias de pasados remotos. De tal modo, podemos relevar una realidad que no sólo nos constituye como sociedad, sino que señala ejes históricos en los que subyacen el sacrificio y las matanzas, vacío y ausencia, miedos fundados y enraizados: condiciones que no pueden seguir en silencio, que urge conocer y reconocer.

   ¿Cómo hacerlo? A través del acto creativo que nos proporcione material de enlace para confeccionar el puente colgante incaico, y nos facilite encontrarnos en su punto medio. Aproximarnos a las producciones artísticas de los pueblos preexistentes implica verlas desde esa actitud de resistencia que les permitió sobrevivir a políticas represivas, despojos de tierras y exterminio cultural y físico que resulta imperativo poner de manifiesto.

 

Ruway maki, makiwan ruwasqa

“La lengua [...] es el mejor mirador a través del cual se penetra con mayor profundidad en la vida de un pueblo, pues en ella se transluce todo el cúmulo de sus experiencias, conocimientos, creencias y sistemas de valores acumulados por el ser humano en su interacción con la realidad. La dimensión del lenguaje conquistada por el hombre se convierte, por ello mismo, en un producto cultural. De allí entonces que para conocer la cultura de un pueblo haya que abordarla, mientras sea posible a través de su lengua” (Cerrón Palomino, 2003: 43).

 Este trabajo se enmarca en la comprensión de cruces temporarios de ayer y de hoy como punto de partida para transmitir cartografías de un horizonte alejado-rechazado, y por lo mismo desconocido. Ante tal realidad, proponemos una metodología que apunte a transmitir expresiones de identidad, cual tímido eslabón de la inmensa cadena de cosmovisiones de los 38 pueblos oficialmente reconocidos hasta hoy en los límites de la Argentina actual. Filosofías que necesitamos aprehender, la alteridad de voces profundamente arraigadas a sus territorios, de pueblos tan antiguos como el selk’nam al norte de la Isla de Tierra del Fuego, el gününak’enk o günuna küna del norte de Chubut hasta el Río Negro, y el aónik’enk hasta el Estrecho de Magallanes; culturas del NOA con sus petroglifos en la Quebrada y la Puna jujeña, o los de Tastil en la actual provincia de Salta, y los del Cerro Colorado del pueblo Hênîa-Kamiare (mal llamado comechingón) de Córdoba; así como las prácticas textiles wichi, la cerámica conocida como Aguada de la actual Catamarca, y los monolitos de Tafí del Valle, entre la inmensa variedad de latitudes que nos constituyen.

   En nuestro acercamiento metodológico abordaremos el arte rupestre del NOA por medio de la representación del auquénido-llama, como vehículo de significación y resistencia. Profundizar en ello implica ubicar la presencia de una de las sociedades preexistentes y también contribuir a su reconocimiento y valoración. Por otro lado, nos conduce a adentrarnos en el eco horadado en la piedra −los petroglifos−, percibir el sentir escondido detrás de las manos de sus ejecutores, quienes, con pigmentos naturales, imaginación e inventiva, dejaron constancia de su devenir. Manos que nos proporcionan un viraje en la interpretación de las representaciones visuales alejado de la noción eurocentrista de arte. Por tal motivo, apelamos a las propias lenguas originarias para lograr aprehender algunos de los significados autóctonos, sus modos de pensar, de estar en el mundo y de proyectarse.

   De tal modo, al enfocarnos en el NOA, asumimos el runa simi (‘lengua del hombre’ inca) como el idioma de “instrumento de penetración cultural y de dominio político mucho antes de la llegada de los españoles”, “de progresiva expansión” [cuando los incas se encontraron con] “indígenas de costumbres y lenguas diferentes –diaguitas, lules, tonocotés, calchaquíes, sanavirones− a los que hubo de someter a su tributo” [y quienes] “necesitaron aprenderla para el tráfico periódico con sus dominadores” (Fernández Lavaque, 1998: 19). Enfatizamos pues que, si bien existió una variedad de lenguas que se consideraron extintas y hoy se encuentran en proceso de recuperación (Avellana y Messineo, 2021: 159-176), hubo dos momentos de sumisión al quechua, que adquirió la cualidad de lenguaje genérico de la zona, hasta el presente. De ahí traemos los vocablos ruway –ejecutar− y maki –mano− con relación a lo que nosotros llamamos arte, quedando makiwan ruwasqa que significa ‘hacer con las manos’. El material −lana, cerámica, piedra− se reúne con las manos de quien lo elabora, creando un producto: manta, vasija, símbolo en un petroglifo. 

   Ruway maki significa hecho con las manos; t’uruwan ruwaska significa trabajar el barro (t’uru); makiwan awasqa, tejido a mano o telar, de away, tejer, y awana, tejer en telar, como nos indicara Victor Acebo, fundador del Instituto de Culturas Aborígenes (Córdoba, 28/3/2021).

   Al saber milenario se suma un concepto fundamental para la labor creativa, el sentimiento a lo largo del proceso. De acuerdo a la artesana ayacuchana afincada en Jujuy, activista y profesora de quechua Wari Hallpa, el amor y el saber se conjugan al momento del quehacer con las manos, cuando el conocimiento adquirido, allin munay, se reúne con el poder del sentimiento, allin yachay. Tras aquella dedicación, la materia −lana, hilo− no sólo adquiere su forma −manta, collar, aros− sino que se transforma de objeto en sujeto: sujeto que abriga, o carga un bebé, desde la energía que vaya absorbiendo. 

 

Pinturas y grabados rupestres

“La adoración de las estrellas procedió de aquella opinión en que estaban de que para la conservación de cada especie de cosas había el Creador señalado una causa segunda; en cuya conformidad creyeron que de todos los animales y aves de la Tierra había en el cielo un símil que atendía a la conservación y aumento de ellos, atribuyendo este oficio y ministerio a varias constelaciones de estrellas” (Cobo, 1892: 327-331).

Los primeros indicios de ocupación del NOA datan de hace más de 12000 años, mientras que el desarrollo de la agricultura se perfila hacia unos 3000 AC, cuando se forman grupos aldeanos sedentarios, de familias extensas, organizados en poblados autónomos con un culto común bajo la influencia de Tiawanaku (Bolivia). De aquí se desarrollan señoríos con jerarquías y jefaturas de urbanizaciones protegidas, hasta la invasión incaica (luego de las dataciones por radiocarbono en 76 sitios arqueológicos de siete provincias, estudios del CONICET concluyen que los incas llegaron en 1420 por Jujuy y siguieron hacia Mendoza; no como se solía afirmar que entraron en 1471; ver García, Moralejo y Ochoa, 2021:51-83); la consecuente subordinación al Cuzco y la introducción de nuevas pautas culturales conllevarían una variedad de fases formativas entre diaguitas, atacamas y omaguacas, básicamente. Ya bajo el rey Carlos I de España (1500-1558), nuestro territorio pasa a formar parte de la colonia, abriendo el capítulo violento y represivo que se siguió replicando de diversos modos. 

Laguna Colorada, Departamento de Yavi, Cultura Chicha


   Las expresiones creativas del grabado, dibujo y pintura que se materializaron en piedras y aleros de cuevas entre la Puna y la Quebrada, en sitios como Inca Cueva y Sapagua, Barrancas, Rinconada y Laguna Colorada, desde el período formativo medio y superior hasta el clásico, tales testimonios nos permiten comprender la convivencia de los pueblos con el entorno y su percepción del cosmos como pilar esencial para concebir el universo: un orden natural, el cual funge a su vez de guía de la avanzada agricultura y la consecuente relación con las celebraciones.  

   ¿Cómo se reúne entonces en aquellos espacios tal urdimbre integradora con nuestro auquénido, por el quehacer con las manos? A través del conocimiento de la astronomía, desde donde se representa la constelación de la llama, entre otros animales, como parte del gran río celestial, el que se replica en la tierra en otro río, palpable, el Urubamba (Perú), y en animales de carne y hueso. En este sentido entendemos uno de los modos en que el saber originario exige un compromiso de la persona que plasma las imágenes en la piedra, al ser parte de una cadena que continúa y rememora a sus ancestros.

   Cada vez que se vuelve a representar, se eleva el proceso histórico-natural de aquel devenir cíclico, propio de la existencia individual y colectiva de los pueblos ancestrales; proceso que nos da cuenta de la percepción del tiempo circular (ver Martínez Sarasola, 2010, en https://www.elorejiverde.com/buen-vivir/6829-el-tiempo-circular-frente-a-un-nuevo-ciclo). Esta perccepción temporal ha sido primordial, tanto para proteger y cuidar el medio ambiente como para mantener la cultura autóctona a lo largo de tantos siglos. De tal modo podemos apreciar a los sistemas visuales como testimonios de pautas simbólicas que han perdurado y perduran, a la vez que ponen de manifiesto un potente carácter de resistencia.

Quebrada de Sapagua                   Inca Cueva, Quebrada de Chulín              Barrancas, Abdon Castro Tolay, Jujuy

 

Vía Láctea andina o Hatun Mayu

A través de la descripción de la llama podemos entender una vida de intercambio de recursos, de conocimientos culturales, técnicos y métodos agrarios entre las localidades puneñas y quebradeñas, desplazamientos de caravaneros o llameros de una región a otra, dejando constancia de ciclos agrícolas y procesos productivos. Aquello que se sabía en el poblado del norte se compartía con los valles bajos, las Salinas Grandes y las yungas hasta el Chaco: intercambios que requerían momentos de descanso y cercanos a fuentes de agua, estaciones o postas donde la inherente actividad humana de crear dejaría muestras grabadas de aquel trajinar. Los motivos iconográficos encontrados oscilan entre llamas en caravanas, preñadas, con su cría, en posturas y actividades diferentes, rituales y ofrendas, así como representaciones de astros que guiaban sus andares.

   Acerquémonos al riquísimo universo desde el mencionado río cósmico o vía láctea andina. “Los incas interpretaron su entorno natural y cultural [desde] una cosmovisión” [que relaciona] “el orden de los cielos y de las estrellas con el entorno geográfico de la tierra llamada Pachamama” (Quintanilla Rauch, s/d: 5). Al interior de esta mirada se produce un diálogo constante entre el cielo y la tierra: el gran río astral conformado por un cúmulo de estrellas se visualiza como un río de luminosas aguas, el Hatun Mayu en runa-simi. Río que, como mencionamos antes, se encuentra representado en la tierra por otro, también sagrado, el Willka Mayu, hoy Urubamba. Al ser parte de la misma entidad, se relacionan como fuentes de agua, de tal modo que el ciclo cosmogónico se replica en las aguas terrenales al regir el sistema agrícola. De ahí que la mayoría de los rituales atesoren elementos cósmicos del cielo diurno y nocturno, sol, luna y estrellas, plantas y animales, entendidos como parte de las etapas cíclicas.

                 Vía Láctea andina o Hatun Mayu                             Constelaciones identificadas por los incas (Urton, 2022: 84)


   Para la astronomía ancestral andina existen dos tipos de constelaciones en el centro de la Vía Láctea: las estelares, configuradas por estrellas individuales y con mucho brillo, y las que se forman en los vacíos entre ellas, llamadas oscuras o negras. Estas últimas son condensaciones de polvo y gas interestelar que fungen de guía y marcadores agrarios, entre las estaciones de lluvia y las secas, la época de siembra y cosecha. Los amautas incas visualizaron siluetas de animales y plantas en las manchas oscuras, entre las que identificaron la serpiente, mach'raqway, el cóndor, kuntur, el sapo hamp’atu, la perdiz yutu, el zorro atoq, la llama hembra katuchillay y su cría uñallamacha, entre otros (Quintanilla Rauch, s/d: 6). Astros todos que orientarían a arrieros o caravaneros, marcándoles la época del año y ayudándoles a predecir el tiempo, entre otros datos útiles para las travesías. 

 

Laguna Colorada, Departamento de Yavi, Jujuy: petroglifos

“La Vía Láctea en su conjunto era vista como un río, Mayu. La que llamamos Yacana, el camac de las llamas, camina por medio del cielo. Nosotros los hombres la vemos cuando llega toda negra, la Yacana anda en medio de un río. Es de veras muy grande. Viene por el cielo poniéndose cada vez más negra. Tiene dos ojos y un cuello muy largo... A medianoche, sin que nadie lo sepa, esta Yacana bebe toda el agua del mar. De no hacerlo, inmediatamente inundaría nuestro mundo entero” (descripción de las constelaciones en el cap. 29 del tratado quechua editado por el padre Francisco de Ávila a fines del siglo XVI).

   La constelación de la llama hembra y su cría, Yavi, Jujuy

 

La llamada Laguna Colorada, a doce kilómetros de La Quiaca, se ha considerado un centro ceremonial de la cultura chicha, en honor a la Pachamama. La laguna se llena de agua durante el verano, y pasando el invierno suele verse vacía, solo con barro. Recibe su nombre por el suelo arcilloso y el color de las rocas, sobre las que se han tallado, en la técnica de picado y raspado, formas de animales, camélidos andinos y aves, escenas de humanos y del cosmos, de caza y vida cotidiana, entre otros. Estudiados con profundidad por el Grupo de Investigación y Reivindicación Cultural Kuntur (Grupo Kuntur, 2005), los petroglifos más antiguos datan del siglo IV, aunque muchos considerados posteriores han sido “realizados por ‘indios’ de las encomiendas de Casabindo y Cochinoca que el antecesor del Marqués [del Valle de Toxo] incorpora a mediados del siglo XVII” (Fernández Distel, s/d: 6), cuando las tierras quedaron en manos de su linaje, abarcando desde las vastas extensiones de la Puna (Jujuy y Salta), hasta Tarija y Chuquisaca, hoy Bolivia (el Marquesado del Valle de Toxo, también conocido como de Yavi, fue creado en 1708 en el Virreinato por Felipe V y se disuelve en 1820; ver http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/5976).

   Nuestro personaje de interés es la llama celeste, conocida como Yakana o Catuchillay, la que se vislumbra como la constelación más oscura de la Vía Láctea durante la temporada seca de otoño, cuando culminan las cosechas de abril y mayo. Es la constelación de la llama hembra y su cría (Catuchillay y Uñachillay: catu = hembra llama; chillay = potente, resplandor astral; uña = cría tierna de llama o alpaca), también conocida con el nombre de Catuilla = resplandor de la constelación de la llama hembra; y en la actualidad como Constelación del Cisne (Grupo Kuntur,). Se perfila moviéndose en el cielo, amamantando a su cría, razón por la que se la relaciona con la procreación, la fertilidad y la multiplicación en la tierra. Al mismo tiempo tiene el rol de proteger a todos los auquénidos andinos y se encuentra en estrecho contacto con los pastores. De aquí se desprende uno de los mitos recogido por el padre Francisco de Ávila en el Manuscrito de Huarochiri:

“la Yakana solía bajar a la tierra a tomar agua en algún manantial cercano y si el destino de un hombre era la fortuna, ella caía sobre él. Esta persona era oprimida por su gran cantidad de lana, mientras otros hombres la esquilaban. La aparición ocurría de noche y cuando amanecía, el afortunado descubría que la lana que habían arrancado era azul, blanca, negra y jaspeada, de todos los colores. Como no tenía llamas, iba a vender la lana de inmediato y adoraba a la Yakana en el mismo lugar donde la había visto. Luego compraba una llama hembra y otra macho y de esa sola pareja llegaba a tener un rebaño de dos mil a tres mil llamas” (Berenger, 2017-2018: 83, 86).

   Otro mito cuenta que Yakana solía bajar en las noches a tomar agua de los manantiales, por senderos verticales que conectaban el mundo celestial con las profundidades de la tierra. De no hacerlo, el océano hubiera cubierto todo el mundo en un instante.

 

A modo de conclusión

Aproximarnos a las culturas del NOA desde las representaciones visuales nos permite acortar la brecha imperante con los pueblos preexistentes con los que convivimos. Valorar a quienes trabajan con las manos implica entender la importancia de sus prácticas milenarias, que han resistido durante siglos. Su obrar creativo nos transmite procesos de significación comunitaria, tanto en el ámbito cotidiano cuanto en el ritual: constituye parte integral de un todo mayor, colectivo y espiritual, el cual se sustenta en la acción de comunicar, compartir ceremonias y guardar memorias.

   Confiamos, entonces, que el sutil camino expuesto nos provea algún eslabón de la ancestral cadena de saberes, permitiéndonos activar el cruce de realidades e invitar a visualizar a los actores-creadores, así como a entender los límites deliberadamente impuestos de aquel tejido socio-demográfico, multicultural y multilingüe que nos conforma. Procurar entender su cultura nos aleja de la cartografía naturalizada, para alcanzar una mirada menos parcial y más abarcadora, menos ficcional y más terrenal; despojarnos de los velos que una historia oficial sigue construyendo sobre la base de la negación, frente al grito históricamente ahogado, con el fin de transmitir una realidad identitaria a nuestras generaciones jóvenes y sumarnos a la lucha por el cierre de una herida aún abierta.


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